Opiniones

“¿Tú también eres chambón?”

Por Jorge Rojas Luna

Antonia Moreno de Cáceres, conocida en los andes centrales del Perú y por los breñeros como: “Mamay Grande”, plasmó mucha información de interés en  sus memorias o recuerdos de la Campaña de la Breña; una de aquellas memorias de carácter anecdótico es el ocurrido en uno de los tantos parajes abruptos de la Tierra del Mercurio, Huancavelica, en el que sufrió una ciada del caballo que montaba y que incluso pudo convertirse en fatalidad durante su labor heroica como compañera del Brujo de los Andes en plena guerra con “el mal hermano del sur”; un hecho que de haber ocurrido hubiese sido una tragedia dentro de la tragedia misma que es la guerra. Sin embargo, el estilo narrativo de la “Mamay Grande”, hace que esa parte de la historia del Perú sea una delicia para el lector. Aquí la trascripción de dicha anécdota que figura en el libro: “Recuerdos de la Campaña de la Breña – Antonia Moreno de Cáceres “.

(Título del artículo del transcriptor) 

…Ya habíamos dejado este paraje inhospitalario y nos dirigíamos al pueblo de Acobamba (Huancavelica), cuando al atravesar un río sembrado de grandes piedras, el caballo “El Lunarejo” que me conducía y que era muy brioso, tropezó y me arrojó dentro del agua helada de la puna, golpeándome fuertemente y dejándome con la ropa empapada expuesta a coger una pulmonía.

El percance fue serio, pues yo, en esos momentos, no tenía vestida que mudarme porque, como ya lo he expresado, nuestro equipaje se había quedado en Jauja cuando partimos precipitadamente al acercarse los chilenos; su persecución no daba tiempo para nada. Felizmente los ayudantes que nos acompañaban trían su vestuario y no hubo más remedio que ponerme la ropa de los más pequeños. Ricardo Bentín, que tenía los pies más chicos, me prestó medias y zapatos. Otros me proporcionaron camisas y diferentes prendas. Yo me vestí detrás de unos peñascos que me sirvieron de biombo, para quedar convertida en un verdadero MAMARRACHO.

Cáceres me había cedido su elegante abrigo de piel y, cuando me presenté así disfrazada, mi marido sin poder contenerse, se echó a reír con tal gana que yo me enfurecí ante su burla y el papelón que estaba haciendo, bien hubiera podido representar a un personaje carnavalesco. Enfadada le decía: “Tú tienes la culpa. ¿Qué te has imaginado, que soy domadora de bestias chúcaras? ¿por qué me has dado un caballo tan inquieto para andar por matorrales y caminos endiablados?

Los ayudantes no se atrevían a reír mientras yo renegaba, entreteniéndose en arreglar sus maletas que habían abierto para ofrecerme ropa. Mi marido, para evitar que yo lo viese, se escondía, no cesando de reír. Lo que más me picó fue cuando me dijo: “Eres una chambona que no sabes manejar la bestia: ¿cómo nuestras hijas no se caen?

Las chicas conducían animales mansos mientras que mi caballo “El Lunarejo” era difícil de dominar. De puro orgullosa, sin embargo, lo volví a montar. Para completar la escena cómica, los ordenanzas partieron llevando colgadas en las espaldas toda mi ropa mojada para que la brisa la secase. Después que torné a montar “El Lunarejo”, tuve que escalar una cuesta empinada y resbaladiza que parecía una pizarra. A mi caballo no le había servido de lección el golpe que acababa de darse y continuó en su brillante paso provocando casi un fatal accidente. Volvió a tropezar y empezó a deslizarse desprendiéndome de la montura y esta vez no me iba a lanzar al río de la puna… sino a desbarrancarme en un precipicio. Para suerte mía el ayudante de Cáceres. León Andraca, que era un mozo vigoroso y venía a mi lado, me cogió en el aire y pudo sostenerme. Todos los otros ayudantes que venían cerca de nosotros se alarmaron y desmontándose me atendieron, impidiendo así que la bestia me arrojase al abismo. Esta vez Cáceres ya no se río, sino que se llevó un tremendo susto y dándome su caballo “El Elegante”, hermoso y fuerte, tomó el mío, que era más a propósito para lucirse en un lindo paseo que para trepar por los caminos escabrosos de la serranía.

…Cuando Cáceres me cedió su caballo y tomó el mío, continuamos esa ruta ya de bajada, aunque siempre entre senderos abruptos; pero el animalito, empeñado en lucir su linda figura, olvidó los percances sufridos y siguió con su arrogante andar hasta que, por tercera vez, tropezó con un peñón, llegando casi a arrojar a Cáceres de la montura al precipicio que bordeaba el cerro. Felizmente el experto jinete supo guardar el equilibrio recibiendo solamente un recio golpe que le voló el taco de la bota y le magulló los dedos del pie dejándoselos amoratados por varios días. Yo, irónicamente, le pregunté vengándome: “¿Tú también eres chambón?”.

Fuente: “Recuerdos de la Campaña de la Breña – Antonia Moreno de Cáceres” – Editorial Milla Batres.


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