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Maido es el mejor restaurante del mundo
En una noche histórica, Mitsuharu Tsumura y su equipo llevaron al Perú a lo más alto.

Lima.- En una sala colmada de los mejores cocineros del planeta, las luces se atenuaron y solo quedaron dos nombres por anunciar. Una tensión densa se apoderó del escenario en Turín, mientras Mitsuharu Tsumura, rodeado de su equipo, esperaba el desenlace. No se escuchaban voces, ni pasos, ni brindis apresurados. Solo la respiración contenida y las manos entrelazadas. En ese instante suspendido, la voz de la presentadora rompió el silencio: “Maido”. La sala estalló. Micha alzó los brazos, gritó, abrazó a su equipo. El Perú acababa de conquistar la cima del mundo gastronómico.
El reconocimiento a Maido como el mejor restaurante del mundo no fue un resultado casual. Fue la culminación de un camino de 16 años, construido sobre una propuesta que unió la tradición japonesa con los insumos y la memoria culinaria del Perú. La cocina nikkei, muchas veces marginal en los discursos oficiales, se presentó con firmeza ante el mundo desde un rincón de Miraflores, con platos que no necesitaban explicaciones grandilocuentes. Bastaba probarlos.
Al regresar a Lima, Micha no organizó banquetes ni galas. Reunió a su equipo y los llevó a comer chifa. Al día siguiente, volvió al trabajo. La cocina continuaba. Las reservas seguían. Y sobre los fuegos del Maido, el mismo compromiso: que cada plato dijera algo sobre su tierra, sobre sus ancestros, sobre su gente.
Desde sus inicios, Maido no fue un restaurante que siguiera estructuras clásicas. No hubo cartas rígidas ni protocolos solemnes. Micha impuso una lógica distinta: espontánea, directa, cercana. En sus palabras: “No somos formales, no somos acartonados. Somos creativos, sí, pero lo último que somos es formales. La gente viene y ve mucha de mi personalidad. Soy impulsivo, alegre, descontracturado. Y eso se ve en Maido”.
La imagen recorrió redes, portales y revistas especializadas: Micha, rodeado de su equipo, abrazado entre lágrimas después del anuncio. No fue solo un gesto de celebración, fue una declaración silenciosa de reconocimiento colectivo. Ningún plato llega a la mesa sin el trabajo de pescadores, agricultores, investigadores, sommeliers, cocineros de línea, ayudantes y proveedores. Y esa noche, todos ellos estaban representados.
Fuente:InfobaePeru
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